Migración

En los últimos años, nuestro país, ha pasado de ser un país eminentemente generador de emigrantes, a recibir en las últimas dos décadas, una mayor cantidad de ciudadanos extranjeros, que eligen a Chile como un lugar en el que emprenderán su proyecto de vida. En lo concreto, el número de inmigrantes en el país se duplicó en el período 2006-2013 (de 1% a 2,1 % de la población total), siendo en su gran mayoría una inmigración de origen latinoamericano (peruanos, argentinos y colombianos, como grupos mayoritarios, son cerca del 60%) que se ha avecindado tanto en la capital Santiago (67,8%) como en otras ciudades del país (CASEN, 2013). El aumento sostenido de población inmigrante en Chile ha generado como efecto, una creciente visibilidad pública del fenómeno, que ha contribuido a la construcción de una percepción de la inmigración como un “problema social” que requiere ser atendido y abordado y que tiene como correlato la construcción de una visión magnificada y negativa de la inmigración. Esta percepción, fuertemente alimentada por los medios de comunicación y observable en las relaciones cotidianas, genera la percepción de la existencia de una oleada migratoria a la que se responsabiliza de las tasas de desempleo, la falta de disponibilidad de servicios públicos para la población nacional, y el aumento de la delincuencia, repercutiendo en la generación de prácticas discriminatorias que afectan sustantivamente la salud mental de esta población (Tijoux y Palominos, 2015). Se produce, de este modo, una serie de dificultades que se expresan en la cotidianidad de la vida social, y que los gobiernos locales han debido enfrentar desde la urgencia y la contingencia.

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